Hace unos días mi hijo Eric (22 años con diagnóstico de autismo, lenguaje verbal limitado) tuvo su primera visita con la Dra. Gokky, ella es una médica familiar que recibió por primera vez a Eric en su consultorio para una revisión anual que incluía análisis de sangre y orina. Eric ha tenido sus revisiones médicas cada año desde que nació pero nunca se le habían realizado análisis de sangre.
Este año decidí que era hora de enfrentarnos al la jeringa a la que tantas personas le tienen terror, y asegurar que Eric es una persona saludable y/o detectar a tiempo, cualquier situación médica que deba ser atendida.
Mi experiencia y la de Eric con las jeringas ha sido la misma que cualquier película de drama y terror: “¡para morir de pánico y salir huyendo!”. Las agujas a las que nos hemos enfrentado a lo largo de los 22 años de Eric el #DinosaurMaster, han sido las de las vacunas y un par de ocasiones de penicilina, todos estos enfrentamientos con las jeringas habían sido una verdadera pesadilla y una guerra en la que llovían las patadas, mordidas, empujones, cabezazos y todo tipo de forcejeos que puedan existir. Eric presentaba serios desafíos sensoriales de modo que contenerlo para dejar que la enfermera se le acercara con aquella “arma letal” en la mano para después aguantarle fuertemente y penetrarle la piel, resultaba verdaderamente doloroso para mí, no hablo únicamente del dolor físico por los golpes que yo recibía al sentarlo en mis piernas para ayudar a las dos o tres enfermeras que se requerían para lograr inyectarle, sino el dolor en el corazón de sentir a mi hijo aterrado y padeciendo el dolor de la escena.
Terapeutas, maestras y madres de familia me hicieron decenas de recomendaciones para lograr que Eric se calmara y permitiera que le inyectaran sin tanta resistencia, llevé a cabo cada una de esas recomendaciones pero nada funcionaba, la sensorialidad de mi hijo estaba tan alterada y la mía también, que no había manera de hacer este ejercicio de manera fácil.
Nuestra historia con las inyecciones no me estaba ayudando en nada para entrar en estado de calma, un noche antes del GRAN DÍA: el día de la cita médica y los análisis de sangre, me sentía nerviosa y preocupada pensando cómo haría para contener a un adulto joven de 75 kilos, más alto que yo, con la fuerza de un dinosaurio para que permitiera que le sacaran sangre. ¿Cuántas enfermeras voy a necesitar? ¿Serán enfermeras pacientes que comprendieran los retos sensoriales de mi hijo? ¿Serían tolerantes ante la crisis de un hombre de 22 años que no regula el volumen de su llanto en absoluto y que le tiene pánico a las jeringas por sus experiencias anteriores?
Me sentía con miedo y con ganas de no llevar a Eric a la cita, pero mi deseo de hacer lo posible por “asegurar” que la salud de mi hijo sea de calidad, me hizo quitarme las telarañas de la cabeza, parar mis pensamientos de terror que yo misma estaba produciendo, callar a “la loca de la casa” (mi mente) y ponerla en su lugar para que no controlara mi tranquilidad y por lo tanto la de mi hijo.
Después de poner a mi mente “en su lugar”, recurrí a algo que muchos critican y juzgan sin practicar: “visualizaciones”. Decidí que las imágenes que estaba poniendo en mi mente eran dignas de que Hollywood las utilizara para una película de terror, y que mantener esas imágenes solamente me harían sentirme estresada y ansiosa durante la cita médica y que ese estado emocional no ayudaría en nada ni a mí ni a Eric. En lugar de estas escenas comencé a imaginarme la manera en la que yo deseaba que las cosas fluyeran: vi a mi hijo sentarse en la silla con calma, extender el brazo, observar que la enfermera le subía la manga de la camisa, le amarraba el brazo con una liga ancha para que las venas fueran más visibles y le insertara la aguja, mi hijo respirando profundo con los ojos cerrados, sin intentar forcejear, contando del uno al cuarenta en voz alta conmigo hasta que la enfermera terminara de sacarle la sangre.
Esa fue mi visualización y la hice con toda la fe y el amor posible, sintiendo como si cada una de esas imágenes fueran “la realidad”. Me sentí contenta y tranquila de haber logrado poner esa película en mi cabeza, no sabía si de algo serviría pero por lo menos yo había recuperado la calma y logré dormir profundamente.
Al día siguiente puedo decir que todo ocurrió casi como la visualización que hice, yo permanecí en una calma absoluta todo el tiempo, Eric se sentó en la silla para sacar sangre, extendió su brazo vio como la enfermera le subía la manga y le amarraba la liga, en ese momento forcejeo un poco, le dijimos que era un consultorio de personas adultas que permiten que les saquen sangre y que él era un adulto y que habían otras personas esperando su turno, Eric se calmó, intentó moverle la mano a la enfermera, le dije que si se movía lo tendrían que picar dos veces, comencé a respirar profundamente le tomé la mano y con mi otra mano le tapé los ojos, comencé a contar: “uno, dos, tres….quince” y ya habíamos terminado, ¡fue una delicia! ¿Cómo se logró llegar a esto? No tengo la respuesta, lo único de lo que estoy convencida es de que todo el trabajo que se ha realizado por años para ayudar a Eric con sus retos sensoriales, la fantástica enfermera que nos atendió ese día, la Dra. Gokky con su gran sonrisa, calma, profesionalismo, mí estado de confianza y auto-contención, fueron elementos fundamentales para lograr que esta experiencia se haya transformado de una escena de terror en una historia con un final feliz para todos los involucrados.
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