Ayer por la noche salimos a caminar por el pueblo un momento, llevábamos dos días enclaustrados en casa, Eric había estado un poco debilitado y yo me rebasada con actividad por mi labor. Después de caminar algunas cuadras le pregunté a Eric si quería regresar a casa o seguir caminando, él respondió que quería seguir caminando, y le dije que yo lo seguía con el afán de qué él tomara la decisión hacia donde caminar, él me miró y me dijo: “Yo no sé”, en ese momento me di cuenta que él no tenía un rumbo fijo y que simplemente quería seguir andando.
Esa es la bendición que tiene el vivir en los pueblos pequeños, puedes caminar sin rumbo y disfrutar como si supieras a dónde vas. Todos los días salimos a caminar, algunas veces con un rumbo, otras veces no. Mientras caminamos le voy nombrando cada calle, señalo los letreros, le muestro los puntos de referencia que son fáciles de memorizar, contamos las cuadras juntos, observo como cruza las calles y generalmente le pido que camine delante de mí pero para poder observarlo pero, él tiene que saber de antemano en qué dirección va.
La razón por la que comparto esto es porque para mí es una analogía con la vida adulta, llega el momento en el que no son ellos los que te siguen a ti, en el que ya no necesitan seguir nuestros pasos todo el tiempo, ni seguir al pie de la letra nuestras constantes instrucciones. Hay momentos en los que ellos lideran, nos guían para mostrarnos cuáles son sus preferencias, hacia donde quieren ir, que quieren hacer, y que no quieren hacer.
Le sugerí a Eric subir a la punta de un cerrito en donde hay una parroquia en la cual hay unas largas escaleras desde las que se puede ver todo el pueblo iluminado de noche. Subimos las escaleras, al llegar hasta arriba nos dimos cuenta que había gente sentada en las escaleras simplemente contemplando el pueblo, nos sentamos a hacer lo mismo y es ahí cuando tomé esta fotografía.
Eric se quedó por un largo tiempo contemplando el pueblo, las luces y el cielo, yo lo observaba y me preguntaba: ¿Estará viendo lo mismo que yo? ¿Estará observando lo mismo que las otras personas? ¿Qué estaba pensando? Hoy, al escribir esta nota, me doy cuenta de que con frecuencia creemos que nuestros hijos o hijas con autismo son personas muy diferentes al resto de las personas, sin darnos cuenta de que pueden ser tan raros, excéntricos, atrevidos, necios, firmes, tenaces o ansiosos como nosotros.
Ser madre implica aceptar que nuestros hijos nos eligieron como sus madres, y que nosotros aceptamos serlo. Ser madre es decir "sí" a la vida de nuestros hijos al traerlos al mundo, y asumir la responsabilidad de su destino mientras nos sea permitido. Después de darles todas las herramientas, los soltamos a la vida para que descubran quiénes son en este mundo aún con sus limitaciones.
Tengan autismo o no, ellos tienen alas, y nuestra tarea es ayudarles a encontrarlas, aprender a expandirlas, practicar el vuelo y verles elevarse y después, sentirnos plenas porque regresan a nosotras solamente si nos necesitan.
Lola Hernández Gallardo
Consejera Familiar y Educativa
Fundadora y moderadora del Grupo de Fortalecimiento para Adultos: Si me cuido te cuido mejor (https://www.lolahernandez.org/grupo-cuidadores).
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