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La inclusión se pide con inclusión



Frecuentemente leo en las redes sociales notas de madres, padres, cuidadores y familiares de chicos con diferentes condiciones del desarrollo que manifiestan su indignación, molestia, frustración y cansancio de sentirse víctimas de la ignorancia, el desinterés, la falta de ayuda y exclusión social de sus hijos y de ellos mismos. Hartos de que los derechos más fundamentales de sus hijos estén siendo violados de la manera más evidente y hasta cruel.


Adultos desesperados porque alguien les cuide y escuche, por encontrar apoyo de instituciones gubernamentales y/o privadas que brinden servicios y espacio para sus hijos. Clamando empatía y respeto de la sociedad en general, de sus mismas familias, vecinos, maestros, del empleado del supermercado, de la señora insensible y chismosa que camina por la calle al lado de ellos mientras su hijo se tira al piso explotando en una crisis que ni los mismos padres saben cómo atender.


Soy parte de este grupo de adultos que levantan la voz de diversas maneras para ser escuchados y lograr que la sociedad comprenda que ser diferente no solamente es un mantra que se repite para “justificar” el diagnóstico, comportamiento y necesidades de apoyo de nuestros hijos. Soy también una de esas que ha decidido reinventarse como persona y darle la vuelta a su carrera profesional para enfocarla en una causa personal pero también humana.


He decidido tomar el estandarte por la conciencia, el respeto, el entendimiento y la inclusión de personas con Trastorno del Espectro Autista (TEA) y de la diversidad humana. Sin embargo, debo decir que en este camino por lograr lo que en ocasiones parece inalcanzable, así como he tenido el privilegio de toparme con mujeres y hombres comprometidos, responsables, respetuosos, informados y educados que han decidido comprometerse con una causa que quizá no hubieran adoptado de no ser porque el diagnóstico de un hijo o familiar cercano llegó al hogar, también me he topado con personajes dispuestos a ser escuchados a través del insulto, el repudio, la desaprobación de la diversidad de otras personas, la intolerancia, la falta de respeto por las ideas y opiniones de otros, personas buscando la inclusión de sus hijos mientras juzgan y desaprueban y agreden la individualidad de otros.


No creo que existe una una fórmula única y secreta para lograr que se hagan valer los derechos de todas las personas que somos vulneradas de alguna manera. Lo que sí existe es la coherencia y congruencia en la que los seres humanos podríamos aprender a vivir. Atrevernos a reclamar una sociedad incluyente antes intentar convertirnos en un modelo de “eso” que pedimos; sin transformarnos internamente para hacer nuestros los atributos del respeto, la armonía y la empatía.


Sin integrar en nosotros esa cultura incluyente que tanto soñamos para que nuestros chicos fluyan, olvidándonos de practicar la inclusión en nuestra vida especialmente cuando tenemos frente a nosotros a aquel o aquella que dice “tonterías”, que no está de acuerdo con nuestras ideas, que grita, que nos cae mal por no estar interesado en escuchar nuestro discurso, por no querer entender y comprender lo más básico del diagnóstico de nuestro ser amado… hará mucho más difícil exigir ser tratados y tomados en cuenta con respeto.


Albert Einstein, sin imaginarlo, nos heredó grandes lecciones de vida que en temas de inclusión pueden ser perfectamente aplicables, una de ellas es: “Ningún problema puede ser resuelto con el mismo nivel de conciencia con el que fue creado”. Esta frase deja claro que pedir la inclusión social de la diversidad funcional es un tema de una conciencia, que ha logrado integrar la inclusión como un modo de vida, que es capaz de respetar las opiniones de otros a pesar de estar en total desacuerdo. Es también de personas que actúan con sabiduría sin involucrar sus emociones y son capaces de actuar con ecuanimidad y tolerancia, sin necesidad de ofender, agredir o señalar. Aquel o aquella que agrede y señala se coloca en el papel de “el modelo a seguir”, se coloca en el lugar de la perfección y del dictador que tiene la única, más acertada y última palabra.


Einstein también decía que: “Locura, es hacer lo mismo una y otra vez, esperando diferentes resultados”, de manera que ¿cómo pedir respeto por los derechos humanos de nuestros seres amados viviendo constantemente en la intolerancia y la incongruencia?. Es verdad que muchas personas han sido sujetas de burla, exclusión, rechazo y maltrato al igual que es cierto que muchos de nosotros hemos estado en el lugar de victimarios y nos hemos burlado, excluido, rechazado y quizá hasta maltratado a aquel o aquella que no comulga con nuestra manera de pensar, a “ese” que habló mal de nosotros a nuestras espaldas, o “aquella” que tiene una apariencia física que no es agradable a nuestra vista, que es una atrevida por que dice las cosas abierta y directamente utilizando palabrotas que nuestras mente incoherentes y limitadas no pueden procesar.


Si vamos a decidir portar el estandarte por la inclusión de personas con diferentes condiciones del desarrollo, preferencias de tipo sexual, raza, género, religión, nivel socioeconómico o educativo, comencemos por observar nuestros pensamientos, acciones y palabras al exigirlo. Dejemos de comportarnos como víctimas que buscan la mirada compasiva de la sociedad para obtener lo que por derecho nos corresponde. Busquemos justicia, respeto, empatía, compasión y misericordia de otros; siendo también justos, respetuosos, empáticos, compasivos y misericordiosos con nosotros mismos y con nuestro entorno.


“A toda acción corresponde una reacción”… Hagamos lo posible por vivir en coherencia y congruencia a pesar de saber que éste es uno de los más grandes retos de todo ser humano.

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