Esta nota la escribo en tiempos en los que el mundo entero se encuentra en una especie de “toque de queda”: ¿por qué?, porque el enemigo está en casa y no hay armas para defendernos; no sirve de nada lavarse las manos, usar mascarilla y ponerse guantes. No hay suficientes soldados para crear un frente de guerra que nos defienda del ataque; no hay dinero sobrado en las arcas de ninguna nación que pueda sobornarle para que detenga su ataque, lo único que existe en este momento es mantener los corazones abiertos, saber que cuidarse uno mismo también significa cuidar al otro, y si ese otro se cuida también me está cuidando a mi. Hoy la única moneda que tiene valor es la unidad, la única arma nueclar que funciona es la voluntad de cada persona, y la trinchera más segura esta conformada por la confianza, la empatía y la esperanza.
Tú que lees esta nota pensarás que estoy hablando del Cornavirus y no, no estoy hablando de ese virus al que hoy tantos se le temen, estoy hablando de un virus aún más letal y contagioso, un virus que le ha negado a mi hijo Eric y a millones de Erics en el mundo (hombres y mujeres), tener la posibilidad de aprender como ellos y ellas aprenden, de ser como son sin querer “normalizarles”, de tener amigos y oportunidades, de ser tomados en cuenta y tener acceso para disfrutar los beneficios que nos da el mundo típico.
Estoy hablando de un virus para el que muchas personas llevamos años buscando la vacuna que pueda erradicarlo, o un antibiótico que le combata. Estoy hablando de un virus aniquilador del que la humanidad ha estado contagiado desde que tengo uso de razón y que se ha esparcido rápidamente por todos los rincones del mundo devastando corazones y la felicidad en millones y millones de personas por todo el planeta.
El virus del que hablo está matando la humanidad en los adultos, muchos han dejado de ser “seres humanos” para convertirse en “entes humanos” que se comportan como refrigeradores o neveras en los que todo aquello que se coloca se enfría, se convierte en indiferencia, soberbia y falta de empatía. Ese virus esta robado la sensibilidad al alma de muchos, les convierte lentamente en máquinas consumidoras y generadoras que olvidan el verdadero sentido de estar vivos.
Ese virus al que me refiero no lo puedo ni nombrarle porque cada persona que lea este escrito le dará el nombre correcto dependiendo de su propia experiencia de vida. Todos los adultos hemos sido infectados por ese virus en algún momento y yo no soy la excepción, yo también fui infectada cuando llegue a la edad en la que (se supone) se debe vivir en la “realidad” y se deja atrás la desnudez del alma, la ilusión y la inocencia. Ese virus se transmite junto con la la creencia de que tenemos que “ser alguien en la vida”, como si todos esos primeros años en los que sabíamos jugar, disfrutar de la simplicidad de las cosas, gozar intensamente, vivir un día a la vez y construir grandes proyectos con la imaginación no hubiésemos sido alguien.
Photo byTim MossholderonUnsplash
Hoy renuncio a ese virus que ha tenido infectada mi alma y la de muchos, renuncio a los síntomas de la indiferencia, el individualismo y el de creer que mi hijo Eric es la única persona que necesita que sus derechos humanos se respeten porque tiene autismo. Hoy renuncio a ese virus que me ha hecho sentir víctima y que en mi papel de víctima también he sido victimaria de otros infestados a los que he señalado de insensibles e ignorantes. Hoy renuncio a luchar por el autismo y decido luchar por rescatar la humanidad en las personas que la han perdido a causa de ese perverso virus que nos tiene enfermos a todos. Hoy renuncio a vivir como si yo fuera la única persona que tiene una lucha e invito, a quienes quieran subirse al mismo barco, a todas aquellas personas que estén dispuestos a navegar por en la misma dirección del bienestar común. Hoy renuncio a volver a dar abrazos vacíos para sustituirlos por abrazos que toquen corazones. Hoy renuncio utilizar palabras sin sentido para darle sentido a mis palabras. Hoy renuncio a los pensamientos basura que provocan la propagación de ese apestoso virus.
Este es el momento perfecto para que cada persona que sienta temor por esta pandemia se mantenga aislado mirando hacia adentro y revisando su propio interior, es también momento para hacer que nuestra mente guarde silencio y simplemente observemos lo que hemos construido y también lo que hemos destruido. Es momento de perdonarnos por las decisiones que hemos tomado y las personas a las que hemos herido bajo la influencia del virus, y finalmete es momento de perdonar a las personas infectadas que también nos han herido.
Mi deseo es que este toque de queda, que a muchos les ha sido impuesto y otros nos lo hemos impuesto voluntariamente, sea el momento perfecto para “salir del closet” y mostrarnos al mundo realmente como somos y no como hemos sido mientras nos encontrábamos bajo la influencia de ese endemoniado virus que quiere erradicar la humanidad de las personas.
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